jueves, 5 de noviembre de 2009

Extractos de MÁS HERMOSA Y MÁS ACTRIZ QUE NUNCA (notas sobre las páginas de sociales) de CARLOS MONSIVÁIS ------------------------------------------------------------------------------------

La existencia precaria de un periodismo crítico, el pequeño número de reporteros cuyo nivel excede al de meros anotadores o consignadores de hechos, el nulo espíritu analítico de la mayoría de las secciones editoriales, el conformismo y la sumisión, la antiprosa y la antisintaxis, el lugar común y la obviedad, la censura y la autocensura, el periodismo concebido como artesanía popular, la corrupción y el control informativos, la certidumbre colectiva del estatus mínimo de la profesión; todos estos hechos han colaborado y siguen colaborando en el mantenimiento del yugo de la nota roja y las páginas de sociales, que, vistas desde cierta perspectiva ecuménica, resultan una misma, indivisible entidad.

En países donde la prensa -con sus excepciones, sin sus excepciones- no equivale a una diaria toma de conciencia frente a la realidad (toma de conciencia vigorosa dentro de su perspectiva efímera), se fomenta o se inventa un público que ignora y desprecia la necesidad de informarse y se nutre de la mitomanía, a nombre del doble reconocimiento de la propiedad privada y de la grandeza del país.

Sucede que la exhibición de la riqueza (conspicuos compsumption) se convierte en el sentido final de la riqueza. Se produce un desplazamiento: de la posibilidad del consumo a la exhibición de la posibilidad del consumo. Lo importante de tener dinero es que la gente lo sepa. El conocimiento ajeno de la riqueza, que se vuelve no una posesión, sino el proceso divulgador de esa posesión. De allí el cometido final de toda página, de toda crónica de sociales: contribuir al ofrecimiento de una nobleza, de una casta, de un orden supremo de vida.

Sin consideraciones prosísticas, sin una pretensión literaria que se extienda más allá de la descripción poética de las indumentarias, sin jamás pensar que el nombre es lo de menos, las páginas de sociales van pregonando el sueño, la ilusión de cada día. Un sueño que trasciende vanidades y exhibicionismos para convertirse en un estímulo promordial, la convicción de que las relaciones públicas son la única señal de vida que los demás reconocen.

La indigencia de estilo, el arribismo elemental o industrializado de quienes todo celebran en los periódicos, no son el problema central a que convoca cualquier mínimo examen de las páginas de sociales, lo más significativo, es el público que no participa y pese a todo sigue con avidez, en trance hipnótico, el desenvolvimento de esta "mejor sociedad", de estos trescientos que multiplica la corrupción y el retroceso de un país.

(1968)